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Las estrellas caerán del cieloVíctor R. Ruiz | Agrupación Astronómica de Gran Canaria
Si tomáramos en serio el Apocalipsis de San Juan, el mundo moderno debió desaparecer alrededor del año 1833. En noviembre de ese año, una increíble lluvia de estrellas cubrió todo el cielo, cundiendo el pánico entre la población mundial. Dicho fenómeno, conocido como las Leónidas, se ha venido repitiendo desde entonces cada 33 años, aunque no con la misma intensidad. La noche del 16 al 17 de noviembre de 1998 es la próxima cita.
HistoriaLa historia de esta tormenta de estrellas fugaces va muy ligada al descubrimiento de la naturaleza del fenómeno. La noche del 12 al 13 nov 1833 una inusual actividad de meteoros (o estrellas fugaces) pudo obervarse desde América. Poco después de la puesta de sol se contempló una gran cantidad de meteoros. La actividad fue creciendo paulatinamente y tuvo su máximo nivel poco antes de la salida del sol, la madrugada del día 13. En ese momento, los meteoros inundaron todo el cielo, ofreciendo un espectáculo único y terrorífico para las gentes de la época. Agnes Clerke: "En la noche del 12 al 13 de noviembre de 1833 una tempestad de estrellas fugaces cayó sobre la Tierra. Todo el cielo estaba surcada de trazos y de majestuosos bólidos que iluminaban el cielo. En Boston, la frecuencia de los meteoros se estimó como la mitad de los copos de nieve que se ven en una fuerte tormenta".Aquella noche, muchas personas creyeron que había llegado el Día del Jucio Final. El hecho conmocionó a las gentes de aquella época. No en vano el historiador estadounidense R.M. Devens tenía en su lista a esta tormenta entre los eventos más importantes de EEUU. Devens escribió que "durante las tres horas del suceso, se creyó que el Juicio Final esperaba sólo a la salida del Sol y, aún muchas horas después del cese de la lluvia, los supersticiosos creían que el Día Final llegaría en sólo una semana". Este relato parece trasladarnos en el tiempo a las épocas de la Edad Media. Joe Rao afirma que para los EEUU la tormenta de las Leónidas de 1833 supuso una revitalización del fervor religioso que desde entonces y hasta nuestros días se han arraigado en forma de sectas. Pero el Apocalipsis de San Juan no se llegó a cumplir. ¿Cual era el origen real de los meteoros? Algunos periódicos se aventuraron a publicar algunas hipótesis. El diario Charleston Courier, por ejemplo, afirmaba que las estrellas fugaces eran gases, como el hidrógeno, que procedentes del Sol se incendiaban en la atmósfera debido a la electricidad o por la acción de partículas fosfóricas. El United States Telegraph de Washington (EEUU) tenía su propia teoría: "El intenso viento del Sur de ayer ha podido encontrarse con una masa de aire electrificado, que, debido al frío de la mañana, hizo descargar sus contenidos sobre la tierra".
Una mirada crítica a nuestra sociedad atea, Erik Arnesen (Oslo).Como hemos visto, en 1833 era creencia común que las estrellas fugaces eran fenómenos atmosféricos y de ahí su nombre de meteoros. Pero la obstinación científica de un profesor de la Universidad de Yale, puso luz sobre la naturaleza de las estrellas fugaces. Después de varios meses de intenso estudio, en 1834 Denison Olmsted publicó sus conclusiones. Constató que en el año 1832 se había visto una actividad algo más alta de lo normal, tanto en Europa como Medio Oriente, pero en 1833 sólo se había visto la tormenta de meteoros desde la parte oeste de EEUU. A partir de sus propias observaciones, calculó el punto celeste de donde parecían radiar los meteoros de la tormenta, situándolo en la constelación de Leo. Denison, acertadamente, concluyó que las estrellas fugaces provenían de una nube de partículas situada en el espacio. La expectación surgida en los entornos astronómicos a partir de la tormenta de las Leónidas de 1833, instó a la revisión de los registros astronómicos de siglos anteriores. Resumiendo todos los datos disponibles hasta 1837, Wilhelm Olbers determinó el periodo de las tormentas de Leónidas en 33-34 años, prediciendo un nuevo máximo en 1866. Y mientras se acercaba esa fecha, nuevos datos iban apareciendo gracias a la labor de investigación histórica. Salieron a la luz observaciones de la tormenta en los años 585, 902, 1592 y 1698. Llegado el año de 1866, y tal como había predicho Olbers, la tormenta de las Leónidas mostró tasas de actividad máximas de 17.000 meteoros por hora. En 1867 también se tuvo gran actividad, de 6.000 meteoros/hora. Otra fecha para recordar en la historia de la astronomía es la del 19 de diciembre de 1865. Ese día un astrónomo francés, Ernst Tempel, descubrió un cometa de moderado brillo en la Osa Mayor. Semanas más tarde, el Horace Tuttle desde EEUU realizaba un descubrimiento independiente del cometa. Dos años más tarde los astrónomos pudieron calcular la órbita del cometa Tempel-Tuttle y compararla con las de las partículas de las Leónidas. Varios autores, entre los que se encuentra Giovanni Schiaparelli, se dieron cuenta de la similitud de las trayectorias en torno al Sol de los meteoros y del cometa. Final y acertadamente determinaron que la "nube espacial" de Denison era producida por el cometa P/Tempel-Tuttle. Ahora conocemos que la Tierra cruza por la nube de materia dejada por el cometa Tempel-Tuttle cada año hacia el mes de noviembre, produciendo una actividad baja de sólo 50 meteoros/hora. Para que se produzca una actividad muy alta (tormenta) el cometa debe estar situado cerca de la Tierra, algo que ocurre cada 33 años. Dependiendo de la cercanía del cometa con la Tierra se producirá mayor o menor actividad. Por esa razón, en algunas tormentas previstas se han observados unos pocos cientos meteoros por hora y en otras ocasiones decenas de miles. Por otra parte, los investigadores han revisado los archivos en busca de registros históricos del cometa Tempel-Tuttle y han encontrado gratas sorpresas. La más antigua de las observaciones corresponde a los chinos y japoneses en el año 1366, quienes lo situaron en la constelación de la Osa Mayor. 333 años después, G. Kirch desde Guben (Alemania) observó al Tempel-Tuttle el 26 de octubre. La tormenta ha tenido sus más y sus menos desde 1865. En vista de la gran actividad registrada en noviembre de 1898, con más de 200 meteoros por hora, los astrónomos esperaban contemplar una gran tormenta al siguiente año y así lo difundieron a bombo y platillo en los medios de comunicación. Pero llegado el mes noviembre de 1899 tan sólo se contemplaron entre 50 y 100 meteoros por hora, produciendo una profunda decepción del público. Para sorpresa de propios y extraños, en los cuatro años posteriores la actividad de las Leónidas fue inexplicablemente alta. En 1901 se vieron no menos de 7.000 meteoros/hora; en 1902, 400; y en 1903, unas 200 estrellas fugaces cada 60 minutos.
Las Leónidas aterrorizaron a las gentes de todo el mundo. NASA-ARC.El 17 nov 1966 es una fecha mágica para muchos de los observadores de meteoros que tuvieron la suerte de contemplar el cielo. Durante las horas anteriores al máximo, se veían 30 meteoros a la hora. Luego 200. Luego 30 por minuto. ¡Luego cientos por minuto! ¡¡Y después 40 por segundo!! En algunos pueblos la gente corría a refugiarse en el interior de sus casas. Dennis Milton, desde el observatorio Kitt Peak en EEUU, afirmó "Su número era tan grante que nos preguntábamos cuantos se verían en un segundo si abríamos y cerrábamos los ojos al mirar sobre nuestras cabezas... una tasa de 150.000 meteoros por hora se observó durante 20 minutos". Otros observadores estimaron entre 200.000 y un millón el número de estrellas fugaces observadas. El próximo máximo de las Leónidas es en 1998-99 ¿Qué nos espera?
El máximo de 1998-99Desde 1994 se ha venido observando un incremento en la tasa de las Leónidas anuales, pero sin advertir ninguna sorpresa importante. El pasado año, en noviembre de 1997, los observadores de la Organización Internacional de Meteoros (IMO) registraron un máximo de 130 meteoros por hora. Estas son las buenas noticias.Las malas son que la órbita del cometa 55P/Tempel-Tuttle (y por tanto de la nube de partículas de las Leónidas), es muy sensible a las perturbaciones gravitatorias de Júpiter y Saturno. El cometa pasa relativamente cerca de estos gigantes planetarios que cambian sensiblemente su órbita. Por esto, el Tempel-Tuttle pasa unas veces más cerca otras más lejos de la Tierra y mientras más lejos esté nuestro planeta del cometa y de su nube de partículas, tanto peor para la tormenta. En noviembre de 1998 nos acercaremos a la órbita del Tempel-Tuttle a sólo 1,2 millones de kilómetros. Pero en la ocasiones en las que se ha dado una actividad muy fuerte, la Tierra había pasado por ella a menos de 975.000 kilómetros, en concreto a 470.000 en 1966 y 180.000 en el año 1833. El año fatídico de 1899 la distancia fue de más de 1,5 millones de kilómetros. En otras palabras, en 1998 la Tierra pasará al doble de distancia más favorable. Sin embargo, podemos esperar una tasa de varios miles de meteoros a la hora, ya que las condiciones son similares a las del año 1866.
Cómo y dónde observarlasA nivel nacional, la Sociedad de Observadores de Meteoros y Cometas de España (SOMYCE) ha preparado una campaña para que ningún astrónomo aficionado se quede sin instrucciones de observación. Esta campaña está enmarcada dentro de una más ambiciosa auspiciada por la Organización Internacional de Meteoros (IMO), y recogerá todos los datos a nivel mundial para su posterior análisis.En realidad, el lugar más privilegiado para la observación de las Leónidas en 1998 va a ser la parte oriental asiática. El máximo está previsto para las 17h GMT del 16 de noviembre, cuando en países como China o Japón es de noche. Desde Europa o América es poco probable que alcancemos a registrar tasas comparables al máximo, pero quizás observemos varios cientos de meteoros por hora. Sobre estas predicciones, hay que ser muy cautos. Aún no tenemos sondas para conocer la densidad de Leónidas que encontraremos este año y por tanto, asegurar que se verá un espectáculo de fuegos artificiales en el cielo, es caer hacer de futurólogos. Entra dentro de lo posible que la actividad sea pobre. En todo caso, hay que buscar zonas muy oscuras alejadas de la polución lumínica de las urbes. No es necesario ningún tipo de instrumentos ópticos, a simple vista es como más y mejor se observan. La noche del 16 al 17 de noviembre, hay que dirigir la vista a las constelaciones colindantes a Leo.
¿El día del Juicio Final?Dado que las partículas, mayormente microscópicas, de la nube cometaria del Temple-Tuttle no se desintegran hasta los 100 km de altura, los satélites artificiales estarán expuestos a un bombardeo interplanetario. Las partículas que forman parte del enjambre de las Leónidas poseen unas de las velocidades geocéntricas más altas de todas las lluvias de estrellas fugaces conocidas. Aunque la mayor parte de estas partículas son micrométricas, algunas pueden tener entre gramos o kilos de masa. Teniendo en cuenta que cada meteoroide se acerca a nuestro planeta a 255.000 km/h, un pequeño grano de arena 'leonil' podría destrozar con facilidad cualquier ingenio humano en órbita.
Fotografía del máximo de las Leónidas de 1966. Se puede observar claramente el efecto del radiante: todos los meteoros proceden de la constelación de Leo. NASA-ARC.Lejos de estar realizando un comentario oportunista, a principios de este año se celebró un congreso dedicado especialmente a esta problemática. William Ailor, de Aerospace Corporation, compareció en la Cámara Baja estadounidense para comentar las recomendaciones que se han realizado a los responsables de satélites artificiales en previsión del máximo de las Leónidas. Durante el periodo del máximo, los controladores de satélites deben estar sobre aviso y comprobar la salud del satélite de forma frecuente. Para evitar daños, se deben orientar los satélites para que los instrumentos sensibles y así queden fuera de la trayectoria de las partículas. Finalmente, en caso de fallo, es mejor tener a mano los planes de contigencia. Por si fueran pocas las precauciones, las misiones tripuladas de la lanzadera espacial han sido pospuestas para fechas posteriores.
Otros datos de interés sobre los meteorosExiste una gran confusión entre el significado de vocablos de similar fonética. Un meteoro no es ni más ni menos que la denominación en círculos astronómicos de las bien conocidas estrellas fugaces. Las estrellas fugaces son pequeñas partículas de cometas y asteroides que han estado vagando por el espacio hasta que la Tierra se encuentra en sus camino y caen a la atmósfera. Por fricción, estas partículas se desintegran, produciendo el rastro luminoso que identificamos como meteoro o estrella fugaz.Cuando los meteoros son muy brillantes se les denomina bólidos, los cuales ya suelen tener algunos gramos de peso. E incluso, cuando son muy masivos -del orden de algunos kilogramos- no se consumen del todo en su entrada a la atmósfera de nuestro planeta y logran impactar en el suelo o caer en el agua. Es cuando se les llama meteoritos. El interés de la observación de meteoros, es que están asociados a los cometas. Cuando un cometa, de órbita elíptica o circular, regresa una y otra y otra vez al Sistema Solar interior, dando vueltas alrededor del Sol, con el material que emite y que identificamos con su cola, logra formar un tubo meteórico. Los tubos meteóricos son como cañerías de polvo cometario que circunscribe a la órbita del cometa generador, más denso cuanto más cercano esté el cometa. Cuando alguna parte de la órbita del cometa se corta con la órbita de la Tierra, en la época en que nuestro planeta lo cruce se tragará las partículas del tubo meteórico que encuentre en su camino. Por una cuestión de perspectiva, similar a la del efecto del hiperespacio en Star Trek o la Guerra de las Galaxias, un observador en la Tierra ve cómo las estrellas fugaces parecen radiar de un mismo punto (si pertenecen a ese tubo meteórico, en una noche pueden haber varias lluvias de meteoros activas). Éste efecto es sólo evidente si dibujamos las estrellas fugaces que observamos en lluvias con gran actividad. Con nuestras observaciones de estrellas fugaces podemos llegar a determinar la órbita original del cometa que las genera y hasta su composición.
Bibliografía
El autor es socio de la Agrupación Astronómica de Gran Canaria (AAGC) desde 1991 y actualmente estudiante de Informática en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC).
Víctor R. Ruiz
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