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Javier Armentia | Planetario de Pamplona

El 14 de diciembre de 1972, tras permanecer tres días en la región de Taurus-Littrow, Cernan y Schmitt, los dos últimos humanos que han pisado ese mundo, lo abandonaron... ¿para siempre?



La Luna había recibido desde julio de 1969 a doce astronautas norteamericanos, dentro de las misiones Apolo. Y a partir de entonces, y hasta ahora, nadie ha vuelto. Al menos vivo, porque es cierto que el 31 de julio de 1999 se estrellaron contra la Luna las cenizas del astrónomo Eugene Shoemaker, uno de los principales expertos en ciencias planetarias. Estas cenizas eran un tributo que la NASA incorporó a la misión Lunar Prospector, una de las pocas misiones que desde los años 70 han vuelto por allí.

Lo cierto es que la empresa ciclópea que supuso el programa Apolo tuvo su sentido dentro de la propaganda norteamericana en la Guerra Fría y de la verdadera carrera espacial que establecieron las dos potencias mundiales: la Unión Soviética y los Estados Unidos. Desde el comienzo de la era espacial eran los rusos quienes habían ganado sistemáticamente todas las batallas: fueron los primeros en poner en órbita un satélite (Sputnik-1, el 4 de octubre de 1957); el primer ser vivo en el espacio subió con ellos (la perra Laika, a bordo del Sputnik-2 un mes después del primer Sputnik); también el primer astronauta (Yuri Gagarin, el 12 de abril de 1961), y hasta la primera mujer (Valentina Tereshkova, el 16 de junio de 1963).

Antes de eso, el presidente estadounidense J.F. Kennedy había expresado el deseo (y la orden de hacerlo) de, antes de finalizar el decenio, llevar un norteamericano a la Luna y traerlo de vuelta sano y salvo. Kennedy murió mucho antes de ver cumplido su sueño con el viaje del Apolo 11, cuando Neil Armstrong (el primer humano que lo hacía) pisó la Luna. Era el 21 de julio de 1969 en Europa, aún el 20 en EEUU. Y los americanos estuvieron a punto de perder también esta partida: la primera vuelta en torno a la Luna la había dado una nave soviética, la Luna 1 a comienzos de 1959; y el primer objeto terrestre que llegó a la superficie lunar fue la nave Luna 3, en septiembre del mismo año. Sin embargo, una vez perdido el interés de llegar primero y poner la bandera, las dos potencias parecieron olvidarse de la Luna.

Aunque es cierto que los soviéticos siguieron mandando misiones automatizadas durante unos años (la última, llamada Luna 24, fue allí se posó y volvió con muestras a mediados de 1976) la carrera espacial, ya desinflada, se transformó en otros proyectos tripulados, de laboratorios en el espacio. Y los proyectos que desde mediados de los años 60 parecían prever una colonización masiva de la Luna, para la década de los 80 se aparcaron casi definitivamente. De hecho, hasta enero de 1994 no se volvió a mandar una nave espacial a la Luna. La sonda Clementine volvió para investigar la composición de la superficie orbitando en torno a nuestro satélite. Los datos que indicaban que podría haber hielo de agua en el polo sur lunar, en el fondo de los oscuros cráteres de esa región, reavivó el interés de una Luna que, por otro lado, había quedado bastante abandonada. Cuatro años después, la Lunar Prospector, también norteamericana como la Clementine, volvía a poner de moda el asunto del hielo lunar. Y con ello, planes que estaban olvidados desde hacía más de veinte años de montar una base lunar. O incluso, un hotel: el fundador de la cadena de hoteles Milton, Barron Milton, había afirmado en 1967: "la entrada del Lunar Milton estará en la superficie, pero gran parte del hotel se situará bajo la superficie, para controlar la temperatura de forma adecuada". Ni que decir tiene que ese hotel aún no se ha construido, ni tiene visos de hacerse en breve.

Estados Unidos apostó desde hace años, en lo que se refiere a misiones tripuladas, por el sistema de lanzaderas espaciales (ahora paralizado tras la catástrofe del Columbia) y por la construcción en colaboración con otros quince países, de la Estación Espacial Internacional Alfa. Se estima que subir un kilogramo de cualquier cosa desde la superficie de nuestro planeta hasta posarlo en órbita cuesta unos 6000 euros. Dos terceras partes de ese precio es lo que cuesta sólo escapar de la gravedad terrestre. Evidentemente, sin recursos que se puedan utilizar de manera sencilla -de ahí el interés que había en encontrar agua en la Luna-, pensar en que alguna potencia espacial (y sólo queda una realmente, EEUU) pague la construcción de una base lunar, o de un hotel, cuando apenas puede costear el mantenimiento de los programas espaciales en curso es ilusorio.

Representación artística de la sonda europea SMART-1, dirigiéndose hacia la Luna. Cortesía ESA.



Por eso ha sorprendido saber que los chinos quieren ir antes de 10 años a la Luna. Desde luego, los intentos chinos por comenzar viajes espaciales tripulados vienen de antiguo, desde finales de los 60, pero nunca se han sustanciado en proyectos concretos, hasta ahora, con el lanzamiento de su primer taikonauta en órbita terrestre el pasado mes de octubre. Teniendo en cuenta que China es una potencia emergente en lo económico, posiblemente sean los únicos capaces, en todo el mundo, de apostar las -nunca mejor dicho- astronómicas cifras que un viaje de estos requerirá.


Para este año, en la Luna

De todas formas, los chinos podrían no ser los primeros en volver a la Luna, porque en septiembre de 2002 el gobierno estadounidense autorizó a una compañía privada de California, TransOrbital Inc., a planificar una misión no tripulada para finales de este año, llamada Trailblazer. Una sonda de prueba fue ya puesta en órbita a finales de diciembre con un cohete lanzador ruso.

Y la Agencia Espacial Europea ha lanzado SMART-1, una pequeña sonda que llegará el próximo año a órbita lunar, con una serie de instrumentos abordo para investigar la superficie de nuestro satélite. Esta misión, dentro de un nuevo programa de la ESA, va a poner en marcha nuevas tecnologías de propulsión, guiado y telecomunicación, que se usarán también en otras misiones de exploración planetaria. La Luna vuelve a ponerse en el punto de mira...

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Javier Armentia
Director del Planetario de Pamplona
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Pamplona, ESPAÑA

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