[Astronomía Digital]

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El viajero redundante

Gabriel Rodríguez Alberich | Astronomía Digital


I.

Las paredes de aquel interminable pasillo del edificio Piavol emitían una luz blanca y brillante que llenaba de forma homogénea toda la planta. Esta falta de geometría molestaba a Otto Lapop. Los científicos nunca habían tenido buen gusto.


--Está muy lejos. --se repetía constantemente. Otto creía que nunca iba a llegar al Departamento de Análisis Cuántico, situado en lo más alto del gran complejo Pia. Dos mil metros de aluminio y plastigel le separaban del suelo urbano, nivel que había abandonado hacía ya media hora. Pia representaba la vanguardia de la investigación científica europea. Aquel amasijo metálico reunía tanto talento como para derrumbar las teorías físicas una vez cada medio año.

--Demasiado lejos. --o quizás se refería al viaje.


Ir a la Tierra era mucho más que esas excursiones turísticas a Io y Ganímedes. La idea de hacer un viaje tan largo no le hacía mucha gracia, pero ser nombrado embajador europeo en la Tierra era algo que no se podía rechazar. Ganaría tres veces su sueldo actual y conocería el mítico Planeta Azul (Otto se preguntaba por qué llamaban así a un planeta que se veía gris en las fotografías de los libros).

Pero lo que realmente inquietaba a Otto no era la distancia, sino la manera en que tenía que cubrirla. El Gobierno de Europa había firmado un acuerdo con los científicos para que todos los viajes oficiales se hicieran mediante teletransportación. Así se promocionaría el uso del nuevo método que, según Pia, estaba destinado a revolucionar todo el sistema de transporte. Si la teletransportación se extendía por todo el mundo, Pia ganaría muchísimos fondos para poder derrumbar teorías a mayor velocidad.

Según había leído en uno de los folletos que le dieron al entrar en el edificio Piavol, el teletransportador consistía en un analizador cuántico que estudiaba la configuración atómica de tu cuerpo y lo desintegraba, traducía a código binario la información y la enviaba mediante ondas de radio al lugar de destino, donde un receptor interpretaba el código y un complejo sintetizador atómico reconstruía tu cuerpo de vuelta al mundo material.

A Otto le producía especial turbación la parte de la 'desintegración', pero sus colegas le habían explicado que era tan inocuo que no se podía saber cuándo habías llegado al otro lado.

Por fin había llegado a la puerta cuyo rótulo indicaba "Dpto. de Análisis Cuántico", y Otto la encontró abierta. Al otro lado de ésta se encontró con una plaga de operarios vestidos de azul, muy atareados manipulando grandes máquinas con habilidad. Los instrumentos zumbaban y ronroneaban al tiempo que aparecían un sinfín de luces y mensajes en sus indicadores, que unos oficiosos técnicos se apresuraban en apuntar sobre sus blocs de papel electrónico, como un enjambre de abejas afanadas en recolectar su miel. Mientras Otto contemplaba absorto aquella escena, un hombre uniformado en bata garza se le acercó diciendo:


--¿Sí?

Otto despertó:

--Hola, me llamo Otto Lapop.

--Ah, sí, el cónsul.

--Soy embaj...

--Sí, claro. Mi nombre es Liafan Cass. Acompáñeme, Sr. Lapop.


Otto siguió los pasos presurosos del científico. Comenzaron a cruzar la estancia, sorteando todo tipo de artefactos retumbantes y cruzándose con los ingenieros que las operaban con desaliento.


--¿Le gusta esto? --preguntó Cass en medio del alboroto.

--¿A qué se refiere?

--Al centro Pia. ¿Qué le parece?

--Bueno, es... grande. Me ha costado un buen rato llegar hasta aquí.

--Sí, lo es en efecto. Y no sólo en extensión y volumen, sino en importancia.

--Una cosa tan grande tiene que ser importante, sin duda. --dijo Otto con ojos burlones.

--En pocos años se ha convertido en el patrón de cómo hay que hacer las cosas en ciencia.

--Vaya...

--Toda la investigación está centralizada aquí, en el complejo Pia. Gracias a él Europa es la primera potencia científica del Sistema Solar. Y no sólo eso. Estamos en un punto en el que la ciencia avanza más rápidamente que nunca en la historia.

--Me alegro por ustedes.

--Alégrese también por usted mismo, Sr. Lapop. Esto es algo muy importante para la Humanidad.

--Este chiflado siente auténtica devoción por la ciencia. --pensó Otto para sus adentros. Luego hizo un gesto de aprobación.

--¿Sabe? Usted va a estrenar nuestro primer modelo comercial de teletransportador. --prosiguió Cass.

--¿En serio? --respondió Otto acaloradamente-- ¿Y están seguros de que, uh, funciona correctamente?

--¿Eh? Oh, claro. El funcionamiento es idéntico al de todos los modelos. Básicamente, lo único que cambia es el envoltorio. Además, todos los teletransportadores son comprobados antes de utilizarlos con seres humanos.


Otto no parecía mucho más aliviado. Siguieron caminando a través de la gran sala, y ahora rodeaban una de las máquinas más grandes.


--Verá --prosiguió Cass--, se trata de un replicador atómico completamente autónomo, que tiene el tamaño de un aeromóvil pequeño. Tan sólo pesa 250 kg. Estoy seguro de que en poco tiempo habrá uno de éstos en todas las calles de las ciudades.


Los ojos de Cass parecieron salirse de sus órbitas.


--Sr. Lapop, en menos de dos años, todos los aeromóviles, naves espaciales y cualquier medio de transporte convencional serán sólo chatarra o pasto de los coleccionistas nostálgicos. El teletransporte se presenta como un sustituto barato, limpio y rápido.

--Yo creo que seré uno de esos nostálgicos --replicó Otto--. Prefiero seguir yendo al trabajo en aeromóvil. Me siento más seguro en uno de esos cacharros.

La idea de Cass de un mundo sin distancias no le agradaba.

--Oh, no, no. Le aseguro que cuando pruebe el teletransporte cambiará de idea. Le digo a usted que la probabilidad de morir estrellado en cualquier transporte convencional es varios órdenes de magnitud mayor a la de morir en un replicador atómico. Hasta ahora, ningún animal o ser humano ha sufrido daño alguno con esta tecnología.


Llegaron al lado contiguo de la sala. Allí yacían de pie tres técnicos de bata azul con las manos agarradas a la espalda, que miraban a Otto con aire complaciente.


--Vaya, parece que mi viaje tiene una gran audiencia. --dijo Otto mirando a los espectadores con gesto cáustico.

--Estos son mis colegas Perz, Jom y Frist.


Los tres ingenieros estrecharon la mano de Otto y volvieron a colocarse en sus posiciones originales.


--Somos el equipo que ha diseñado esta versión miniaturizada del replicador atómico. ¡Estamos ansiosos por verlo funcionar! --los ojos de Cass estaban vidriosos.


Otto miró hacia donde apuntaba el dedo de Cass, y contempló el artilugio que le iba a llevar a la Tierra. Se trabata de un cubículo metálico, del tamaño de un armario, que estaba completamente cubierto de cables ópticos a excepción de la parte por donde se tenía que abrir la puerta que daba acceso a su interior.

Cass, al observar el desconcierto en la cara de Otto, añadió:


--Por supuesto, éste no será el aspecto de la versión final y estilizada.

--¿De veras cree que me meteré dentro de eso? --dijo Otto, incómodo.

--Oh, no tiene por qué preocuparse del aspecto del replicador. Le aseguro que funciona a la perfección. Debe usted maravillarse, está frente al mayor logro en ingeniería que ha alcanzado la Humanidad.

--Bien --Otto se encogió de hombros--, hagamos esto cuanto antes.

--De acuerdo, le explicaré cómo funciona el teletransportador. Queremos que cualquiera pueda utilizarlo, y por lo tanto su manejo es tremendamente sencillo. El interior del habitáculo está equipado con una consola táctil, en la que una interfaz gráfica le servirá para elegir el destino del viaje.

--Espero saber manejarla.

--En realidad, el funcionamiento de la interfaz es casi idéntico al que hay que utilizar para definir un viaje automático en un aeromóvil, a excepción de que el destino no se fija mediante coordenadas, sino que es discreto, ya que hay un número limitado de receptores de teletransportación.


Tras unos ejemplos que Cass le mostró en una terminal cercana al teletransportador, Otto quedó convencido de la sencillez de manejo del sistema de localización de destinos.


--Bien, creo que podré hacerlo. ¿Algo más? --preguntó Otto.

--Sólo desearle buen viaje. Y arréglese esa corbata, en la Tierra le espera una comitiva de bienvenida y un enjambre de periodistas. --dijo Cass en tono cordial.

--¿No le puede decir al replicador que me la arregle él, y que de paso me haga una cara más guapa? --repuso Otto con una sonrisa sardónica.

--¡Oh, muy ingenioso! --la risa de Cass mostró sus grandes dientes-- Pero eso es imposible, de momento. Un teletransportador sólo sabe hacer réplicas de un volumen determinado de materia. Una reestructuración molecular tan compleja como apretar el nudo de su corbata supone una cantidad de cálculos tan enorme que desborda toda la capacidad del mejor computador.

--Bueno, entonces haré ese cambio molecular yo mismo. --y Otto se ajustó el nudo de la corbata reflejándose en la superficie cromada de uno de los artefactos cercanos.

--Estoy listo. ¿Puedo irme ya? --añadió.

--Entre usted cuando quiera, el teletransportador está listo --dijo Cass.


Otto abrió la compuerta del teletransportador y se volvió para alzar su mano en señal de despedida a los espectadores, que le devolvieron el saludo. Luego entró y cerró la puerta. Una luz mortecina de color ámbar iluminaba el interior. En el centro de los dos metros cuadrados de habitáculo se encontraba un asiento, y justo enfrente refulgía una pantalla táctil de papel electrónico. Otto se sentó y comenzó a manipular con pericia el localizador de destinos, hasta que seleccionó el deseado, y apareció en la consola el mensaje:

Receptor "Embajada Europa en Tierra" seleccionado. ¿Teletransportar? Continuar. Cancelar.

El tembloroso dedo de Otto pulsó sobre `Continuar'.

Luego todo ocurrió en un instante.


II.

Otto despertó y se encontró con que estaba tirado en el suelo del habitáculo. La luz ámbar había vuelto. Casi ciego y con un tremendo dolor de cabeza, trató de incorporarse, pero se dio cuenta de que no podía mover las piernas. Antes de que pudiera maldecir a toda la comunidad científica, la puerta del teletransportador se abrió. Otto alzó la vista y pudo distinguir una figura. Era Liafan Cass, que miraba a Otto con gesto severo, acompañado de dos guardas de seguridad de Piavol uniformados de negro.


--¿Qué demonios ha pasado? ¡Me prometieron ustedes que esto era completamente seguro y que era imposible herirse aquí! --gritó Otto con furia.

--El viaje ha sido todo un éxito, señor, excepto por un error menor que no costará trabajo reparar. --dijo Cass con un tono robótico, como el que le habla a su aeromóvil.

--¡¿Cómo dice?! ¿Un éxito? Sigo en Europa, y lisiado, mequetrefe.

--No, señor. Otto Lapop ha llegado sano y salvo en la Tierra. En estos momentos estará siendo entrevistado por la prensa.

--¡Pero YO soy Otto Lapop, demonios! --Otto no podía creer lo que escuchaba.

--Siento decirle que el vaporizador de materia tuvo una avería y falló al eliminar la copia local de Otto Lapop. Es usted redundante, pero no se preocupe, el vaporizador ya está reparado.

--¡Un momen...!


A una señal de Cass, uno de los guardas disparó a la cabeza de Otto con su pistola.


III.

Tras un largo día de entrevistas y comitivas, Otto Lapop descansaba en el sillón de su gran despacho, contemplando el ocaso a través del gigantesco ventanal. Tomó un sorbo de su bebida y pensó:

--Bueno, después de todo, el teletransporte no está tan mal.


Dibujo cortesía de Julio César Espada. Realizado en Flash para Astronomía Digital.

Gabriel Rodríguez Alberich
chewie@asef.us.es
Astronomía Digital



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