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[COSMOS]
COSMOS
(Carl Sagan)
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Javier Armentia | Planetario de Pamplona, España

El presidente de ARP-Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico reflexiona acerca los méritos divulgativos de Sagan, otro aférrimo escéptico y defensor de la ciencia como pilar de la civilización.

El 20 de diciembre de 1996, estábamos a punto de inaugurar en cuatro planetarios españoles el primer proyecto conjunto, un programa que se titulaba Crónicas Marcianas y que pretendía recoger cuánto hemos imaginado, cuánto hemos estudiado, y cuánto nos queda por aprender, sobre Marte. Ese mismo día nos llegaba la noticia de la pérdida de Carl Sagan, de su muerte irremediable tras una larga lucha contra una enfermedad incurable. Sin duda una casualidad, pero un hecho que gravitó sobre esa fiesta de los planetarios, de los centros de divulgación de de la ciencia. Al menos, he de confesar que yo sentí un foco de dolor en el corazón.

Sería casi veinte años antes, la memoria es así de imprecisa, cuando pude ver la serie de Sagan para la tele, el Cosmos. Tan maravillosa como imperfecta, o quizá tan maravillosa porque imperfecta. Por lo personal, por esa impronta Sagan que rodeaba la serie de comienzo a fin. Y, como tantos otros, en esa y sucesivas reemisiones de la serie, me quedé enamorado, perdidamente atrapado por el Universo contado por ese tipo menudo, un poco redicho acaso, que era capaz de saltar de la antigua Persia a la NASA sin solución de continuidad. Nunca he podido establecer un criterio preciso, una crítica racional, del valor de la serie: comprobé en mis tiempos de profesor en la Universidad que había oleadas Sagan, años en los que el número de alumnos de la especialidad de Astrofísica aumentaba debido a la emisión por la TV de la serie: posiblemente habían sido, como yo, atrapados por la misma.

Me he pasado después mucho tiempo hablando del cielo, y de lo divino y lo humano en torno a él, y una y otra vez he regresado, queriendo u obligado, a las referencias de Sagan. No me arrepiento: no podría, porque sigo viéndolo como un modelo (es decir, como una luz de un faro que te sirve de referencia de una costa que es imprecisa o desconocida) de lo que hay que hacer para transmitir conceptos, emociones, actitudes, en un mundo como el de la divulgación científica. Y no le resto las críticas: no podría ser de otro modo, que nadie está exento de ellas, ni siquiera los ídolos, porque eso los hace más humanos, y al menos te deja la posibilidad de imaginar que un día podrán ser superados... ojalá.

No podría hacer un panegírico: estoy hablando de la manera en que uno queda a veces atrapado por una frase, por una forma de contar las cosas. Quizá en el caso de Sagan, el asunto es más peliagudo, porque además de la divulgación, llegué a conocer al Sagan digamos beligerante, una persona que apostó no sólo por la ciencia como divulgación, sino por la ciencia como sostén de una civilización en progreso, la era de los derechos humanos. El Sagan del escepticismo, del pensamiento racional, de la vela en la oscuridad como metáfora de una ciencia que está siendo atacada por los que prefieren la oscuridad del pseudoconocimiento, me acabó de convencer de que la tarea del científico, o del divulgador, es de interés general, es algo casi necesario en esta era de la trivialización y la relativización de todo. Uno se entristece al pensar lo que podría haber sido de una persona si no hubiera muerto. Es lógico, y más cuando la aprecias. En el caso de Carl Sagan, a pesar de todo, uno siente que afortunadamente tuvo tiempo para decir muchas cosas (menos de las que habría dicho de seguir vivo, obviamente). Pero ahí quedan sus escritos, su actitud ante la vida, es decir, ante muchos problemas de la vida. Con opiniones que podemos o no compartir, pero en cualquier caso dichas de forma sincera, argumentadas convincentemente.

El día en que inauguramos Crónicas Marcianas se nos murió Sagan... y quiero pensar que ese proyecto que se hacía realidad ese día pudo llegar a recoger un poco de la ideas que le movieron a lo largo de su vida. ¿Petulante? Acaso. Al menos, sé que en esa especie de espíritu que mueve un proyecto de divulgación, estuvo ese afán de gentes como Carl Sagan de reivindicar la ciencia como algo tan nuestro que no podemos dejarlo de lado; algo que es capaz de conmovernos o de hacernos reír; algo sobre lo que no podemos pasar ignorantes, como si no fuera con nosotros. Supongo, quiero creer, que alguien como Carl Sagan habría coincidido en esa idea.


Javier Armentia
planetario@cin.es
Director, Planetario de Pamplona
Presidente de ARP - Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico
España

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