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Biblioteca astronómicaCríticas de nuevas y viejas publicaciones | Sección coordinada por Javier Susaeta
Julio Verne es el modelo de escritor de anticipación, de ciencia- ficción incluso, y no sólo por su gran producción y no menor capacidad de imaginar, sino porque -en su día- el género era una novedad casi absoluta, y este autor francés fue muy apreciado y leído por quienes fueron niños antes de que la televisión, los juegos electrónicos y distracciones parecidas quitaran a los pequeños el tiempo y la paz necesarias para refugiarse en los libros. Hoy, las obras de Verne están publicadas en algunas ediciones muy cuidadas y con notas aclaratorias. Acento Editorial ha publicado, por ejemplo, un "Miguel Strogoff" muy bien editado y con bastantes notas, muy necesarias algunas, pues el mundo ha cambiado muchísimo en el siglo largo que ha pasado desde que Verne escribió sus fantasías. Lo mismo puede decirse de los títulos editados dentro de la excelente colección "Tus Libros" de Anaya. Pero, a pesar de lo conocidas que son sus obras, se sabe poco de la persona de su autor. En esta biografía, Herbert Lottman va repasando su vida al hilo de sus creaciones. Se han publicado numerosos trabajos de crítica y también biografías sobre Verne, pero las últimas se editaron hace más de treinta años, y posiblemente estén ya agotadas. Lottman ha optado, parece, por seguir la técnica de una de estas biografías (Le Tour de Jules Verne en 80 livres, de G. De Diesbach - París, 1966), e ir contando la vida del escritor apoyándose en los libros que iba escribiendo. Julio Verne escribió no pocos libros, y sólo algunos tocan el tema de la astronáutica -Una novela muy conocida (De la Terre a la Lune, Autour de la Lune; publicados con cinco años de diferencia pero editados hoy, casi siempre, en un solo volumen) y otro relato, más fantástico si cabe, pero mucho menos difundido: "Hector Servadac"-. Esta última obra, ampliamente mencionada por Lottman, muestra un aspecto poco conocido de Verne: su antisemitismo. Uno de sus personajes es el judío más abyecto que imaginar cabe. Tan impresentable es el personaje, que en la edición estadounidense desapareció como judío, pasando a ser "holandés". La novela, bastante más increíble, en cuanto a su trama, que muchas del mismo autor, trata sobre las aventuras de un grupo de personas que se ve transportado a la superficie de un cometa, al rozar éste la Tierra. Después de muchos avatares, donde Verne aprovecha para enseñar algo de física al lector, los protagonistas vuelven a nuestro planeta aprovechando un nuevo acercamiento del cometa y una inverosímil ascensión en un globo de aire caliente, cambiando así de atmósfera, lo que resuelve, de algún modo, el problema del aterrizaje. Es una lástima que este libro -la biografía de la que trato, quiero decir- no se ocupe más de comentar las soluciones técnicas que Verne proponía para sus obras. La nave espacial del viaje lunar es un proyectil de aluminio disparado por un gigantesco cañón fijo, vertical. Cuando Verne escribe este libro (1865) faltaban más de veinte años para que se patentase el procedimiento de obtención del aluminio por electrolisis de una mezcla de alúmina disuelta en criolita. Hasta entonces, el metal era tan caro, que los objetos de aluminio se consideraban artículos de superlujo. Lo de disparar un proyectil tripulado podrá ser un disparate, pero Verne parece, en cambio, haber sido el primero en proponer el uso de cohetes para modificar la trayectoria de una nave espacial, cosa que sucede en la segunda parte de la novela. Son interesantes las coincidencias del viaje imaginado por Verne y el del Apolo XI, en particular en cuanto al punto de partida y al de regreso. A pesar de estar asesorado en temas científicos, Verne comete un error importante de física, al considerar que sus astronautas siguen, durante el viaje, sometidos a la gravedad, y sólo experimentan la ingravidez en el momento en que su nave alcanza el punto de equilibrio entre los campos gravitatorios terrestre y lunar. Sería que "se le pasó" a su asesor este importante detalle. No es el único error. En otra novela de Verne, la muy conocida "Cinco Semanas en Globo", el autor propone un sistema de calefacción del hidrógeno del aerostato que no puede ser más ineficaz: para variar la fuerza ascensional del globo de hidrógeno, cerrado herméticamente, se recurría a calentar el gas de la siguiente peculiar y complicada manera: con una pila Bunsen -de cuyas virtudes ilimitadas debía estar muy convencido Verne- se descomponía agua en una célula electrolítica; a continuación, el hidrógeno y el oxígeno se quemaban en un mechero oxhídrico, calentando un serpentín metálico por el que circulaba el hidrógeno del globo. Todo este sistema estaba en la barquilla, y la envoltura metálica del serpentín y el mechero servía también para cocinar. Un sistema disparatado, porque puestos a calentar el gas con la pila, podría haberse usado una resistencia, y obtener así un rendimiento del 100%. Verne hace hincapié en las altas temperaturas alcanzadas por el mechero oxhídrico, lo que indica que quizá confundiese calor con temperatura. Si se compra este libro para un niño, conviene buscar una edición con notas. En la edición publicada en la colección "Tus libros" de Anaya, el editor ha corregido cuidadosamente muchos fallos -sobre todo de cálculo- del autor. Si en esta biografía no se tocan mucho las cuestiones técnicas, sí se alude, y bastante, al tema político. Hetzel, editor y amigo de Verne, propuso con frecuencia correcciones "políticamente convenientes". Por ejemplo, disuadió a Verne de presentar al capitán Nemo como un patriota polaco que habría perdido familia y patria víctima de los infames invasores rusos. La esposa de Nemo, en el plan original de Julio Verne, habría sucumbido a los golpes de knut del verdugo ruso... Eso era demasiado, podía perjudicar las relaciones comerciales del editor francés con sus homólogos rusos, y hasta causar incomodidades a nivel diplomático. De modo que Verne cambió la nacionalidad de Nemo, que pasó a ser un príncipe hindú desposeído de su patria por los ingleses. Esto se aclara en una novela posterior: "La Isla Misteriosa". El capitán Nemo -"Nadie" en latín- es, en opinión del que suscribe este comentario, un atractivo personaje romántico, de nobles sentimientos escondidos tras un manto de rencor. Un hombre que "no quiere ser" "que ha roto con la tierra firme, y que ha encontrado una nueva patria, que disfruta entre melancólico y justiciero. Su desafío al buque de guerra que acorrala y empieza a cañonear al "Nautilus" en superficie en un gesto romántico hoy algo pasado quizá, pero siempre atractivo. Claro que, después de las palabras gestos, Nemo pasa a los hechos y el poderoso sumergible embiste y hunde a su enemigo, atravesando su casco. En "La Isla Misteriosa", el moribundo Nemo explicará los motivos de su ataque, destacando que el Nautilus estaba en situación desfavorable y que el barco atacante... era inglés. Se vuelve a tocar la política con "Michel Strogoff". La edición rusa tuvo que incluir una nota mencionando que una insurrección tártara era impensable y sólo pura ficción. La diplomacia rusa intentó, sin éxito, que la misma "aclaración" figurase en el original francés. Sin embargo, Verne recibió, para los detalles de su novela, una ayuda considerable del embajador de Rusia en París y de un escritor ruso importante, que vivía instalado en Francia y amigo y consejero de Hetzel: Iván Turgéniev. La biografía de Lottman nos descubre también la -previsible- pasión de Verne por el mar. Se llegó a comprar hasta tres yates, pero yates "como Dios manda". El último que usó, el "Saint-Michel III, era un barco de hierro de 38 toneladas, que podía andar nueve nudos sólo con la hélice, y algo más ayudándose con las velas. El que esto escribe tiene la impresión de que esos lujos no son ya posibles, incluso para autores del éxito de Verne. Para comprar y mantener hoy en día un yate de ese género, con marinería y servicio doméstico, hay que ser multimillonario. Pero muy multimillonario. Es cierto que Julio Verne ganó mucho dinero con sus libros, y parece que aún más con las adaptaciones teatrales de sus obras, pero la compra del yate en cuestión, le costó sólo el equivalente a unos 23 millones de pts de hoy. Y eso que lo compró de 2ª. mano. A su primer propietario le había costado el doble. No tengo mucha idea de precios de yates, pero no me extrañaría que hoy, un yate parecido costara diez veces el precio que pagó Verne. En esta biografía seguimos también la accidentada vida familiar de Verne, llena de luces y sombras, y no muy feliz, a lo que parece. Su hijo Michel, a quien quería con desmesura, padecía algún transtorno de conducta que no queda claro, pero que debía reflejarse en una convivencia muy difícil. Quizá tuviera algo que ver, en estos problemas, el carácter del padre, dominante y autoritario, y las excesivas esperanzas que quizá depositó en su hijo, a quien Verne sueña imaginar como el protagonista de otra de sus novelas: "Un Capitán de quince años". En resumen, el libro es interesante y recomendable para los fans de Julio Verne que estén dispuestos a pagar las 4400 pts que cuesta. Está muy referenciado y no encuentro cosas que me parezcan juicios a la ligera o afirmaciones gratuitas, si bien estoy en desacuerdo con algunas interpretaciones psicoanalíticas que Lottman hace de la conducta de Verne. A estas alturas de la "medicina basada en la evidencia" el psicoanálisis ha perdido carácter científico, si es que alguna vez lo tuvo.
Javier Susaeta
Este interesante libro, escrito a la manera de diálogo imaginario entre personajes reales, trata, a un nivel fácil de entender, el problema de la inteligencia artificial. Más concretamente, la pregunta de si es posible construir una máquina "que piense". El supuesto diálogo tiene lugar con ocasión de una no menos supuesta cena, en Cambridge, en verano de 1949. El anfitrión es el intelectual británico Charles Percy Snow, y los invitados no son menos distinguidos: Wittgenstein, Haldane, Turing, y Schrödinger. Con Snow como moderador, se inicia, a la mesa, un animado debate, que se calienta en ocasiones. El filósofo Wittgenstein sostiene que, para que podamos considerar una máquina como "ente consciente" que aspire a la condición humana, tal máquina tendría que haber padecido -o gozado- las mismas experiencias vitales, las mismas vivencias del humano de carne y hueso: el dolor, el placer, la tristeza... Por su parte, Haldane, el biólogo, propone un dualismo mente-cuerpo, y afirma que, independientemente del nivel de complejidad de una máquina, sólo la carne puede establecer un enlace con esa misteriosa fuerza que denominamos inteligencia. Por su parte, SchréÈdinger y Turing sostienen que no es la sustancia en sí, sino su modo de organización, lo que genera la "mente consciente". El libro es muy interesante e instructivo. Libros como éste no son frecuentes, y el autor es de fiar. El tema es tratado muy superficialmente, como es lógico, dado el público lector al que se pretende llegar. Se discuten ciertos criterios de inteligencia artificial bastante conocidos, como el "test de Turing" y el "test de la habitación china". Este último, ligeramente cambiado aquí - fue propuesto, en realidad, por John Searle- por un "test de la habitación jeroglífica". Tales habitaciones -la china y la jeroglífica- son, no obstante, en tanto que "experimentos mentales" para la evaluación de un "ente inteligente", plenamente equivalentes.
Javier Susaeta
What remains to be discovered He sabido de la aparición de esta interesante novedad editorial. La cualificación del autor del libro es envidiable: Lleva 20 años de editor del semanario científico inglés "Nature", y goza de una no menos envidiable atalaya para saber "lo que se cuece". El libro está fundamentado sobre tres preguntas casi perennes: el origen del universo, el de la vida y la aparición de la inteligencia. Comentando tales cuestiones, Maddox se da una vuelta por la cosmología, la física de partículas, la biología celular y molecular, la neurobiología y la cibernética. Se pregunta también, cediendo quizá al fatalismo, si nuestra especie seguirá presente para ser testigo de los progresos esperados, a la vista de las amenazas que implican el aparente calentamiento de la atmósfera, la posibilidad de aparición de nuevas enfermedadaes para las que no exista tratamiento e incluso el peligro de que nuestros genes sean inherentemente inestables de algún modo que nos sea hoy desconocido. Las conclusiones del autor tienen, no obstante, un tono más optimista, aunque siempre con sus luces y sombras. En un tema tan actual como el neodarwinismo, Maddox comenta que la psicología evolutiva tiene como meta explicar cómo nuestro comportaniento ha sido gradualmente conformado por la selección natural, pero matiza que "plausibility rather than proof seems to have become the touchstone of what constitutes an explanation". Esta opinión sobre tan delicado tema, que toca tan directamente conceptos como la libertad y el determinismo, es una de las muchas y muy valiosas contenidas en las 434 páginas de este libro, que -aunque algo caro- parece muy interesante y recomendable.
Enric Quílez
El periodista científico John Horgan, habitual colaborador de Scientific American y de otras revistas científicas trata de explicar su opinión sobre el mundo científico hoy día, a partir de una serie de entrevistas con los investigadores más destacados en cada campo. Según Horgan la ciencia está llegando a un final, no porque haya fracasado, sino precisamente porque ha funcionado demasiado bien. Es decir, que se está muriendo de éxito. En un tono distendido y bastante personal, el autor nos acerca a los límites del conocimiento humano a través de sus protagonistas. Así, personajes tan conocidos (y algunos pintorescos) como Kuhn, Glashow, Stephen Jay Gould, Lynn Margulis, Bohm, Kauffman, Chomsky o Marvin Minsky desfilan por sus páginas tejiendo un mosaico de teorías y opiniones, pero sobre todo de esperanzas y de temores, lo que demuestra que los científicos son, a pesar de una cierta aura resplandeciente, muy humanos. Con la excusa de desarrollar la premisa de que la ciencia podría estar llegando a un final, el autor nos ofrece un repaso bastante completo y muy enriquecedor de las disciplinas científicas en las que con mayor ahínco se está investigando: cosmología, grandes teorías de unificación, caos y complejidad, biología, genética, informática o neurología, por destacar las principales. Horgan llega incluso a introducirnos en el campo de ciertas filosofías y teologías científicas (Dyson, Moravec...) que tratan de utilizar el lenguaje científico para afrontar las grandes preguntas desde un punto de vista religioso o metafísico. También se comentan las teorías de filósofos no del todo satisfechos con el modelo científico estándar, como Kuhn, Popper o claramente críticos con ella, como Feyerabend. Según Horgan, es posible que estemos, a las puertas del nuevo milenio, a punto de entrar en una nueva era más espiritual y menos racionalista. La ciencia ha respondido o está a punto de responder las grandes preguntas y ya pocos enigmas se le resisten. Quizás, el más tozudo sea el mecanismo de la conciencia humana. Por otro lado, algunas ciencias han llegado a límites prácticos de verificación, como las grandes teorías de unificación, para cuya comprobación se necesitarían aceleradores de partículas de tamaños astronómicos más allá de nuestras capacidades. Además, la ciencia ha generado una serie de problemas por el mal uso que se ha hecho de algunas de las tecnologías inventadas (armas nucleares, contaminación...), cosa que, unido a los pocos conocimientos científicos de la población en general, pueden conducir a un final cercano de la institución occidental que más éxito ha tenido en sus objetivos. Un libro, pues, de agradable lectura, aunque no exento de un cierto regusto pesimista para aquellos que creen que la ciencia es eterna. En cierta manera, el autor afirma que la Ciencia (con C mayúscula) está llegando a su fin, pero que la ciencia de cada día, seguirá tanto tiempo como dure el hombre, aunque eso probablemente no sea más que un pobre consuelo.
Javier Susaeta
Cuando en los años 50 aparecieron los tres volúmenes que componían la llamada Trilogía de la Fundación, de Isaac Asimov, la ciencia ficción no volvió a ser la misma. Las Fundaciones, como son conocidas, fueron éxito de ventas en el mundo de la ciencia ficción y la serie de novelas más conocidas de este ámbito. No en vano recibieron el Premio Hugo (el equivalente de los Oscars en la ciencia ficción) a la mejor serie de novelas de ciencia ficción de todos lo tiempos. Isaac Asimov es uno de los escritores de cf más conocidos del mundo. Sus Fundaciones y las novelas de Robots son ya un clásico. En los años 80, y tras la insistencia de lectores de todo el mundo y de sus editores, Asimov se decidió a continuar la Trilogía inicial (Fundación, Fundación e Imperio y Segunda Fundación) con varias novelas más. A su muerte, acontecida en 1.992, todo parecía indicar que la serie de la Fundación había quedado huérfana para siempre. Pero hace un par de años, tres conocidos escritores de ciencia ficción -Gregory Benford, Greg Bear y David Brin- decidieron retomar el legado de Asimov y continuar las historias de las Fundaciones. Si bien es posible que no sea la primera vez que sucede una cosa así, lo cierto es que el hecho de que tres escritores de esa talla se decidan a continuar la obra de otro escritor como Asimov, demuestra hasta qué punto las Fundaciones han pasado a formar parte del patrimonio de la humanidad y son uno de los pilares en que se sustenta la literatura fantástica moderna. Las Fundaciones relatan los últimos años del Imperio Galáctico, entidad todopoderosa inspirada en el Imperio Romano y en sus vicisitudes, está formado por millones de planetas de la Vía Láctea habitados por seres humanos y unidos bajo las estructuras políticas, económicas y sociales comunes. Un gran matemático, Hari Seldon descubre que el Imperio está en declive y que pronto caerá. A fin de poder saber si tal cosa es evitable, con la ayuda de otros matemáticos e historiadores, crea la nueva ciencia de la Psicohistoria, capaz de predecir el futuro de manera aproximada, mediante estadísticas y matemáticas de gran complejidad. Seldon descubre que la caída del Imperio es inevitable y que le sucederán 10.000 años de oscuridad. Pero idea la manera de que el interregno duro "solamente" 1.000 años: crear dos Fundaciones en "extremos opuestos de la galaxia" que sean capaces de reunificar la Galaxia bajo un Segundo Imperio. En Fundación, se relatan los últimos días del Imperio, la creación de la Primera Fundación y de sus peripecias internas y externas, así como la Psicohistoria parece proteger a la Fundación, el uso de la diplomacia, la tecnología, la religión y el comercio como armas defensivas y también imperialistas. En Fundación e Imperio, la Primera Fundación ha de enfrentarse con los restos moribundos del Imperio, aún con una cierta fuerza, y a su más brillante general: Bel Riose, anagrama casi perfecto del histórico Belisario, general bizantino. En la segunda parte de la novela, El Mulo, un mutante no previsto en las ecuaciones de Seldon (que no pueden predecir acciones individuales, sino sólo grandes masas de datos) desbarata parcialmente los planes de la Fundación. Finalmente, en la Segunda Fundación, se describe a esta entidad, muy diferente de la primera gobernada por los "oradores", dotados de poderes mentales extraordinarios. En la Segunda Fundación se relata cómo consiguen oponerse al Mulo y vencerlo. Si la Primera Fundación se basa en la supremacía tecnológica, la Segunda se basa en el control mental y es inevitable un choque entre ambas ahora que la Primera conoce la existencia de la Segunda, si bien no su ubicación, que se mantiene en el más estricto secreto y que es una de las grandes sorpresas argumentales de la Trilogía. Las novelas que posteriormente escribió Asimov para complementar su Trilogía inicial, pueden dividirse en dos bloques, las posteriores (Los límites de la Fundación y Fundación y Tierra), que narran el choque entre las dos Fundaciones, la aparición de un tercero en discordia -Gaia- y la unificación de la serie de las Fundaciones con la de los Robots; y las anteriores: Preludio a la Fundación y Hacia la Fundación, que nos cuentan la vida y milagros de Hari Seldon y de cómo consiguió crear la Psicohistoria. En el Temor de la Fundación, Benford nos cuenta con su habitual maestría de la palabra, más detalles de la vida de Seldon. En concreto, nos define el personaje con gran detalle y profundidad, ya que Asimov en general no solía ahondar en los perfiles psicológicos de sus personajes y prefería la trama de aventuras y el fondo filosófico. Benford trata de explicar algunos de los misterios que parecen rodear la Trilogía inicial: ¿por qué no hay robots en el Imperio? ¿Cuál fue su papel en la historia de la Humanidad? ¿Por qué no se han encontrado civilizaciones extraterrestres en la galaxia?, pero sobre todo, ¿Cómo era Hari seldon como persona? La novela en sí es bastante más animada de lo que suelen ser las novelas de Benford, cosa muy de agradecer si se quiere mantener una coherencia con el universo asimoviano. Los personajes parecen muy reales y es fascinante como el autor ha podido explicar tantas cosas en el pequeño lapso de tiempo en que se supone que transcurren los acontecimientos. En concreto, podemos ver a Hari Seldon, a punto de ser nombrado Primer Ministro por el Emperador Cleón, las maniobras que tratarán de oponérsele, la estructura social del Imperio, la red de agujeros de gusano de la galaxia... Pero lo más sorprendente es la inclusión de dos subtramas argumentales en la novela. La primera, tiene que ver con un antiguo relato de Benford y es un diálogo entre dos personalidades simuladas: Juana de Arco y Voltaire (difícilmente podrían haberse encontrado dos franceses con menos coincidencias ideológicas); el otro, medio aventura, medio filosofía, muy en la línea de "Sombras de antepasados olvidados" (Sagan & Druyan) trata de definir qué es la humanidad, en comparación con nuestros primos hermanos los chimpancés. En definitiva, una novela sugerente, con ritmo y con contenido, perfectamente ambientada en el universo asimoviano y absolutamente indispensable a partir de ahora para comprender el futuro de las Fundaciones. A quienes creían que era un sacrilegio continuar la opera magna de la ciencia ficción, recomendarles que lean el libro. No quedarán en absoluto defraudados.
Enric Quílez
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